Cercanías (1)

Si su aburrimiento se acerca peligrosamente al estado catatónico, bien porque se ha acabado la liga o no encuentran ya obras en la vía pública para observar con detenimiento, y desearían que su vida tomase un rumbo aventurero y peligroso, les recomiendo que adquieran un billete de cercanías un día en el que una avería colapsa las líneas. Y ustedes me dirán: ¿y cómo conocer con antelación el día exacto en el que un tren va a sufrir una avería?, no se preocupen, con un simple cálculo de probabilidades y en base a una estadística personal, cercanías se avería al menos dos veces al día (ida y vuelta). Y si pertenecen ustedes a la hermandad de la mosca cojonera y ahora se preguntan: ¿cómo saber qué tren se va a averiar y cuándo?, también tengo respuesta: los trenes que se averían son los de líneas más concurridas y siempre coinciden con las horas punta, y un dato gratuito que les aporto y que a falta de confirmación aquí dejo: debe existir una relación directa entre el hecho de pasar mi billete por el torno de entrada y el caos ferroviario, es más, cuanto más prisa tengo mayor es el desaguisado. Es validar mi billetito y automáticamente se anuncia por megafonía, como si me estuvieran esperando, que el tren que tú pensabas coger sufre un retraso (te imaginas de inmediato al tren golpeándose el pecho en señal de dolor) estimado en al menos…….y en ese preciso instante y de forma paranormal se modifica la voz del operario que se ha hecho fuerte con el micrófono y con otro tono, timbre, y entonación comunica diez, veinte o treinta para una vez concretado numéricamente tu cabreo volver a retomar la voz original y finalizar: minutos. Disculpen las molestias.

Llegado este momento (y para hacer más entretenida la espera) siempre imagino que los sufridos viajeros van a desgarrarse sus costosísimos chándales de mercadillo y de esta guisa descargarán su ira los unos contra los otros, pagando su impotencia de forma lamentable con los más débiles y étnicamente minoritarios. Para bien o para mal la naturaleza humana de por sí blandengue y acomodaticia, se impone, y simplemente esperamos pacientes en el andén.

Transcurridos al menos veinte minutos más del tiempo estimado, por fin, en la lejanía y tras frotarte los ojos como si de un espejismo se tratase (no recomendado para quienes sufran de alergia o sean aficionados a los anillos de pinchos), aparece el tren. Es entonces cuando comienza la acción. Llegados a este punto de mi relato, debo, para evitar en la medida de lo posible futuras querellas y porque (a pesar de todo) soy una buena persona, advertirles que si son propensos a sufrir dolencias cardiacas o factores que puedan desencadenarlas como: diabetes, obesidad, estrés (sobre todo si son ustedes socios del Atleti), tabaquismo, hipertensión, frío intenso (siempre cabe la posibilidad – remota – de que sean ustedes esquimales) o excesiva actividad mental (si son miembros del Gobierno, no tienen de qué preocuparse), advertirles digo, de la peligrosidad de continuar con la lectura de este terrorífico relato. Avisados quedan.

miércoles, 23 de junio de 2010 en 13:59

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